y puse las dos mejillas,
el cuerpo y la conciencia.
Nada quedó de mí,
ni siquiera una carta,
ni siquiera un espejo en donde reconocerme.
Mas aprendí a pasar
por el ojo de la aguja,
es decir, a perdonar sinceramente.
A dejar la piel en el alambre,
a dolerme desde los pies
a la cabeza.
Lo perdí todo.
Y cuando entendí que no sabía defenderme de la gente,
respondí con una bofetada de ternura,
porque yo sé
que sólo los dulces heredarán la tierra.
(Pintura de Joaquin Sorolla)
No hay comentarios:
Publicar un comentario